miércoles, 24 de noviembre de 2010

POLITICA

Hoy, la alternativa más viable para generar energía –previendo el cambio climático y el fin anunciado de reservas de petróleo y gas– es la nuclear. Los países que no tienen reactores pretenden instalarlos, y los que tienen, deben renovarlos o cambiarlos por otros de mayor capacidad. En ese escenario, la Argentina tiene ventajas: es uno de los nueve países (junto a Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Alemania, Inglaterra, Irak y Brasil) con capacidad para enriquecer uranio, el combustible de los reactores nucleares; cuenta con dos centrales nucleoeléctricas funcionando, está por terminar una tercera y ya planifica la cuarta, desarrolla equipos y exporta reactores de investigación. Impulsar la actividad nuclear es sinónimo de nuevas fuentes de trabajo, retención de científicos e ingresos por exportaciones.
Atucha II, la tercera central nucleoeléctrica que tendrá el país, sirve de ejemplo: iniciada en los ’80 y abandonada por más de diez años, se reactivó la construcción en 2006, cuando el gobierno nacional anunció el Plan de Actividades Nucleares. Hoy congrega a más de seis mil trabajadores y cuando entre en operaciones, a fines de 2011, tendrá una dotación permanente de 500 personas, cifra similar a la de Atucha I (en funcionamiento desde 1974, la primera de América latina). Además, se avanza en la instalación de una cuarta central, con uno o dos reactores (todavía no está definido), y en el desarrollo del prototipo CAREM, el primer reactor de diseño y construcción totalmente nacional que, una vez probado, dará lugar a la instalación de otros similares en los puntos más remotos e inhóspitos del país.

La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) es un pilar fundamental para este desarrollo: mientras en Lima, Buenos Aires, se termina el CAREM, los técnicos estudian la factibilidad de instalar un reactor de ese tipo en Formosa.

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